El único miedo que tenía Cachencho
era que se le juntara el ganado. Sí señor, a nada más le tenía miedo, porque
dijeran lo que dijeran las malas lenguas, él las quería a todas sus mujeres, y a todos sus gurises.
Eso no se puede negar.
Me parece mentira verlo ahí en el
cajón, tan acicalado, y de traje.
Al Cachencho yo lo vi de traje
otra vez, una sola antes que esta, también para otro velorio, pero no el dél,
claro, el de la madre era. Al del padre no fue, porque según él, el viejo fue
un hijo de puta en vida y muerto era un hijo de puta muerto, nada más. Esa vez,
cuando el velorio de la madre, yo lo miraba y tampoco lo podía creer, verlo
así, limpio y de traje con cinto en lugar de la cámara de bicicleta que se
ponía para que no se le cayeran los pantalones manchados de grasa, y de esa
tierra hecha de toda clase de porquerías con la que uno se ensucia en la
gomería.
Todo limpio y hasta peinados esos
pelos de alambre, está en el cajón, si parece otro tipo. Y se ríe, mirá vos, yo no sabía que la gente
se podía morir así riéndose y que de muertos, la risa les quedaba tan bien. Y
sí, el Cachencho se va para el otro mundo como anduvo en este, riéndose.
El barrio entero seguro se cae más
tarde, porque si había algo que era él es que era querido. Todas sus mujeres lo
querían, todas. Lo tenían hecho un pibe al Cachencho sus mujeres con tanto
amor, amor del bueno, del deantes, como decía él.
—A mí, mis mujeres me quieren como se quería antes José, así me quieren.
Alcanzame la maza.
—¿Y cómo se quería antes? Acá tiene Cachencho.
—Con todo el cuerpo José y para siempre. Ayudame José que los años no
vienen solos.
—Deme pacá, que años ni años, que usté está hecho un toro. Lo que pasa es
que se está poniendo vago.
Con los ochenta cumplidos, el
Cachencho seguía atendiendo la gomería. A veces andaba medio cansado, entonces
rezongaba entre dientes, “Los años no vienen solos” y se iba y se preparaba el
mate y no convidaba. Se lo tomaba solo dando vueltas por la gomería, mirando
los almanaques de las paredes. Hay almanaques del año de María Castaña en las
paredes de la gomería. Esos con mujeres
de todos los colores y las formas. Mujeres que te muestran un hombro, el escote
apretado y hasta una teta, o tienen las piernas alzadas como bailando en el
aire. Mujeres que te miran a la cara y se ríen o te llaman con los ojos.
Cuando Cachencho miraba los
almanaques a mí me daba una tristeza porque lo veía viejo, muy viejo, chupando
el mate hasta la última gota, hasta que se escuchaba el ruido entrecortado de
las últimas gotas pasando por la bombilla, y Cachencho seguía, seguía como si
quisiera sacarle el corazón a la yerba de un chupón, o algo así.
Diez años tenía yo cuando llegué a
lo gomería. Me fui apaleado esa mañana.
Salí cagando aceite cuando logré zafarme. Gomería para camiones
veinticuatro horas decía en la entrada.
Si tenés hambre, pasá, trabajá y después comés, decía. Así que pasé. El
Cachencho me miró, me dio una escoba y después un guiso. Ese día me quedé hasta que cerró. Al
siguiente me quedé a dormir y no me fui más. Cachencho fue a la justicia a
decir que yo me quedaba ahí como hijo y así fue. Así nomás, antes las cosas
eran más claras, no como ahora que son turbias y mezquinas, eso decía el
Cachencho y yo sé que tenía razón.
Una vez casi se le juntan dos de
sus mujeres en la gomería. Cachencho era joven todavía y estaba con la Rosita
en la fosa, yo los escuché cuando entré,
meta dale y ponga ahí abajo. Cachencho no le puedo enterrar sin confesarle
que lo espié. Perdonemé pero con quince años me pudo la curiosidad. Me tiré al
piso y me arrastré al borde de la fosa para los camiones y lo ví, ahí. La
Rosita estaba apoyada en una goma de esas que tenemos colgando en la pared de
la fosa, se había medio sentado y lo rodeaba con esas piernas gordas que
siempre tuvo la Rosita que dan ganas de morderlas de lindas y blandas y usté,
que si me acuerdo y me vienen las ganas, mire, usté a mí me pareció un potro
ahí clavado entre esas piernas de la Rosita. Me vinieron unas ganas como no se
tienen más después, mirando la teta de la Rosita que se había salido de la
solera floreada y se movía con las sacudidas. Usté no es mi padre, Cachencho,
Dios lo sabe, pero me parece que las ganas estas que siempre tengo las heredé
de usté.
Ese día se me había puesto duro,
disculpe que le diga Cachencho con usté ahí en el cajón, pero se lo tenía que
confesar antes de enterrarlo y bueno me estaba a punto de meter la mano en el
pantalón cuando escuché unos tacos que se acercaban por la vereda, enseguida
supe que era la Irma, ella siempre andaba de tacos ¿se acuerda?, si baldeaba la
vereda de tacos la Irma y amasaba en la panadería de tacos también. Yo iba a buscar el pan y salía la Irma, enorme como
era, de tacos, con las manos llenas de harina siempre. De chico me regalaba una
torta negra. Tomá carasucia me decía y me miraba así como miraba la Irma que
parecía que le caía azúcar de los ojos. Nunca le conté Cachencho pero yo
lloraba, cuando salía de la panadería lloraba porque la Irma me miraba así y a
mí me daba algo en el pecho que se me convertía en llanto. Después supe que así miran las madres, bueno,
algunas madres, otras no y que ella miraba así porque nunca pudo ser madre. Que
nos miraba así a todos los guachos que entrábamos a la panadería, sobre todo a
mí porque yo era como hijo suyo Cachencho y lo que más quiso la Irma en el
mundo había sido tener un hijo que fuera
de ella y suyo y que de eso se murió la pobre, de no poder ser madre. Toda esa
azúcar que tenía y no pudo sacarse del cuerpo la mató. Bueno ese día en que
usté con la Rosita estaban en la fosa yo la escuché a la Irma y me fui para la
puerta y como estaba así duro la Irma me miró y abrió enorme los ojos. Me dijo
no te da vergüenza a vos, me agarró de
una oreja y me arrastró la media cuadra hasta la panadería Yo me iba tapando
para que no se me notara lo duro que no sé por qué no se me pasaba. Hasta el
baño me arrastró, me metió la cabeza en
la pileta y abrió la canilla, casi me ahoga la Irma, pero a mí no me importó
porque usté se salvó de que lo viera con la Rosita. Aunque yo creo que la Irma
sabía, no solo de Rosita sino de las otras también, pero hubiera sido feo que
lo viera, la hubiera entristecido a la Irma
¿Y sabe qué más creo Cachencho?
Que usté sabía que ella sabía y que usté la quería más que las otras por
eso. Por eso y porque fue con la única que no tuvo un hijo.
Ya le estoy diciendo que seguro se
caen todas hoy, pero no se preocupe que yo me adelanté y ninguna se va querer
quedar con la viudez, no para afuera al menos, para adentro, la yevan todas,
así que no va a haber ningún lío ni reclamo ni nada, solo las lágrimas que usté
se merece. Que de eso habrá muchas, seguro.
Me va a tener que perdonar pero tuve que ingeniármelas para que todas quedaran
contentas, que no le guardaran ningún mal pensamiento, por eso lo hice, por
usté, que es como un padre. Así que a todas les dije lo mismo: que su última
voluntá fue mandarme con el mensaje de que contara la verdá, que eran muchas
ellas y los hijos, a los que amaba por igual,
pero que aclarara cuál había sido el verdadero amor, como se dice ahora
vio, eso, el verdadero amor. A todas les dije que habían sido el verdadero
amor, que usté me mandaba a decir y que también pedía por caridá, que lo
guardaran como un secreto, un secreto que los iba a juntar otra vez allá en la
otra vida. Y todas lloraron Cachenco y me prometieron guardar el secreto, solo
para poder encontrarse con usté después, cuando Dios lo mande.
Se me está poniendo frío,
Cachencho. Se le están enfriando esas manos tibias, de oso, que me raspaban
como lija cuando me palmeaba la mejilla o aqueya vez cuando me quebré, ¿se
acuerda?, le saqué la bicicleta y me fui de jeta y me quebré y usté que me
dijo, eso no se hace mijo, con voz de trueno me los dijo, pero mientras, me
acariciaba la cara mugrienta por el porrazo y las lágrimas, y me acariciaba la
frente también, ¿se acuerda? Me acariciaba y yo fue ahí que supe que yo era un guacho pero que tenía
padre.
A la final yo también empecé a
ligar en el amor. Usté se hacía el distraído cuando las gurisas venían a la
gomería y me hacían la pasada. Me daba un mate y me decía “este es un lugar de
trabajo” pero se reía mirando para abajo. Yo creo que usté pensaba “de tal palo
tal astilla” ¿no es cierto que es eso lo que pensaba, Cachencho? A la final le resulté el más parecido de sus
gurises aunque no yevo su sangre. Pero me tocaron otros tiempos a mí. Las
mujeres no son las deantes, no quieren como antes con todo el cuerpo y para
siempre. Y uno hace lo que puede, así que de que me dieran gurises para querer,
nada, y tampoco creo que ninguna se dispute mi viudez, Cachencho. La Teresita
fue siempre muy sufrida así que se quedó conmigo, pero no de amor, de sufrida
nomás, y de tanto quedarse ahí está, digo que está por venir en cualquier momento,
con las otras mujeres de la legión de María. A rezarle vienen Cachencho, para
acompañar su alma al paraíso. Yo lo dejo acá porque no me va a gustar ver nada
más. Me voy para la gomería a tomarme un mate a su salú, su salú Cachencho.
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